Recién inaugurada la Plazuela del Zacate, el alcalde confió algunas ideas, por ejemplo, proponer el parque Melchor Ocampo a los trovadores de tres generaciones que se apostaban en el jardín Juárez. O revivir la Rondalla Bugambilia de los sesenta, integrada por los guitarristas y cantantes que quedaban de los fundadores, más sus hijos y nietos que heredaron el noble oficio de la música. U ofrecer a las familias cuernavacenses noches de bohemia en la misma plazuela, amenizadas por los tríos del Zócalo interpretando boleros de Los Panchos, Los Diamantes, Los Dandys, Los Ases, Los Caballeros o Los Fantasmas que provocaban la nostalgia de los viejos de cuarenta y más años y el romanticismo en los veinteañeros. Lastimosamente todo ello quedó en solamente una buena idea.

Hace muchos años que existían en ciudades espacios exclusivos para peatones, orgullo de lugareños admirados por turistas como espacios exclusivos para peatones. Pero aquí no sucedía sino hasta la primavera de 2009, a poco de ser inaugurado el tramo peatonal del centro histórico que va de la calle Hidalgo al Palacio de Cortés. Se opusieron los comerciantes ambulantes, pero no así el llamado comercio establecido. Aparte del sano ejercicio de caminar, que a nadie hizo mal y a todos causó bienestar, a los de Cuernavaca les gustó contar con un espacio peatonal donde tomar algo fresco al mediodía o saborear un café en las tardes. Al fin había un pedacito reservado al cuernavacense que disfruta la grata costumbre de caminar acompañado de la familia, los amigos, la novia. Próximo a separarse de la alcaldía, pues iría a la siguiente legislatura como diputado federal, ¿el arranque de la peatonalización de Cuernavaca le tocó al alcalde Jesús Giles Sánchez? También las tiendas “Oxxo”, que generarían en cantinas de chavos cheleros para parrandear en las madrugadas, expuestos al peligro de accidentes y balaceras, así como las plazas comerciales que operaban sin licencias de estacionamiento y, en la Plazuela del Zacate, fachadas repintadas y piso estilo adoquín que temporalmente dejó de ser el antro más grande de la ciudad donde había sido común el panorama del consumo excesivo de alcohol y narcomenudistas.

Y en medio de aquel ambiente de tranquilidad social y seguridad pública, esta anécdota: Una mañana de 1998, la sirvienta de la quinta de fin de semana guardó en su bolso la “baratija” de su patrona, un prendedor, grande, ostentoso, de pésimo gusto. Pensó que podría obtener cien, doscientos, quinientos pesos. Ni ella misma lo sabía; el caso fue que no tuvo que caminar muy lejos para que le dieran dos mil. No le pidieron factura y sólo tuvo que mostrar una identificación a la que el encargado del negocio le dio un vistazo rápido al tiempo que le ponía en la bandeja de la ventanilla veinte billetes de cien pesos.

Semanas después la patrona de la trabajadora doméstica regresó a su casa. Poco tardó la señorona en pegar el grito en el cielo: ¡Me robaron, me robaron! La baratija no era tal, sino un prendedor de oro con un brillante de 37 kilates, rodeado de esmeraldas cuyo valor calculado por sedicentes expertos era entre tres y cinco millones de dólares.

Resultó que la dueña de la joya era la famosa actriz Irma Serrano, “La Tigresa”, que para colmo de males era senadora. Por esos días José Castillo Pombo despachaba como el primer procurador de justicia “electo” por los diputados del Congreso Estatal, y Jorge Morales Barud era el gobernador sustituto de Jorge Carrillo Olea. Sabedor de que la Serrano haría un escándalo de alcance nacional

si no recuperaban lo suyo, Castillo Pombo debía resolver el asunto antes de que llegara a las redacciones de la prensa. Así, el comandante de todas las confianzas del procurador ojiazul le hizo manita de puerco a la sirvienta, ésta confesó dónde y a quién le había vendido el prendedor de valor multimillonario, el dueño del establecimiento de préstamos lo regresó, perdió un buen negocio y se salvó de ir a prisión.

Años más tarde, los “analistas” de café reflexionaban sobre los vuelcos que suele dar la vida. De acusadora “La Tigresa” se convirtió en acusada. Irma Consuelo Cielo Serrano Castro (tal era su nombre verdadero) fue detenida en Tuxtla Gutiérrez. Imputada de los delitos de robo y de haber despojado el teatro Fru Frú, fue internada en el reclusorio femenil de Santa Martha Acatitla de la Ciudad de México, de donde una madrugada salió libre luego de pagar una fianza de 20 mil pesos. Fingiendo demencia (“no sé de qué me acusan”), quejándose de achaques de la tercera edad como estrategia de defensa y publicidad gratuita en los programas de chismes de la televisión… (Me leen el lunes).

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