Aprovechando su fama de peleonero y escandaloso, Jesús María Guajardo Martínez –nacido el 29 de agosto en un pueblo de Coahuila llamado Candela–, ya como parte de la argucia de Pablo González, corrió la voz de que se insubordinaba contra el prepotente de su casi ex jefe, que andaba queriendo pasarse a las filas de Emiliano Zapata. Al de Anenecuilco no le faltaban “orejas” entre el pueblo, así que los espías de Zapata le informaron del pleito González-Guajardo, aunque no dejaron de advertirle que ambos eran ladinos. Zapata lo sabía, pero, acostumbrado a los riesgos, decía: “Soy gallo jugado”. Para el primero de abril ya habían intercambiado cartas, el 7 llegaron las municiones prometidas por Guajardo al Jefe, y al siguiente jueves 8 tomó Jonacatepec, que estaba ocupado por federales con un ex jefe zapatista que había defeccionado al bando carrancista. En muestra de disciplina y adhesión, Jesús María fusiló al ex zapatista junto con 50 de sus subalternos. Al día siguiente, miércoles 9, Zapata y Guajardo se encontraron por primera vez en un paraje cerca de Tepalcingo conocido como El Pastor. El Jefe invitó a cenar al nuevo y supuesto subalterno, pero éste declinó pretextando malestar estomacal. El jueves 10, a las dos de la tarde Zapata aceptó entrar a la hacienda de Chinameca donde había quedado de verse con Guajardo. Al toque de honores, el pelotón disparó contra el jinete del “As de Oros” –regalo del coahuilense– y contra los diez hombres que formaban su escolta. Lo interesante del desenlace es cómo los generales zapatistas se repliegan por temor a una cacería de Carranza. Algunos menos temerosos emitieron un manifiesto de tres puntos: consumar la tarea de Zapata, vengar su muerte y seguir su ejemplo. Nada cumplieron, apenas sí algunos actos terroristas además de asesinatos de federales y hacendados. Para ocupar el lugar de general como Jefe del Ejército de la Revolución del Sur, las fricciones entre los generales eran casi a balazos. A veinte semanas de la muerte de Zapata, quedaban sólo cinco candidatos para sucederlo: Timoteo Sánchez, Mejía, Genovevo de la O, Próculo Capistrán y Gildardo Magaña. Este último obtuvo la mayoría de votos, hizo campaña para convencer a los jefes renuentes y promovió el ingreso de zapatistas a la política nacional para que abandonaran la semiclandestinidad en que los había dejado la muerte de su líder. En noviembre, más político que guerrillero, Magaña acudió al general carrancista Lucio Blanco (tenía vocación agrarista y había apoyado a Zapata) para negociar una tregua con Carranza, y más adelante acordar un pacto definitivo para acabar con la rebelión del sur. El 28 de ese mes, en el octavo aniversario de la promulgación del Plan de Ayala, a las nueve de la mañana llegaron a la casa de del presidente Carranza un Gildardo Magaña de incognito y el general Lucio Blanco. El primero manifestó que ya no era justo que los mexicanos siguieran peleando entre sí y pidió garantías para él y los jefes del Ejército Libertador del Sur, a sus propiedades y familias. Aceptando las peticiones del sucesor de su acérrimo enemigo, Carranza le pidió a Magaña que aceptara regresar a Morelos escoltado por soldados del ejército federal, lo cual no aceptó por temor a dos cosas: que el pelotón asignado le hiciera lo mismo que a Zapata, o que sus mismos compañeros de armas lo fusilaran por llegar acompañado de enemigos. ¿Y el felón Guajardo? Carranza lo ascendió de coronel a general y le dio 50 mil pesos de plata por sus servicios. Al año siguiente fue traicionado por un compañero, que lo señaló como obregonista, y fusilado por traidor, en Monterrey… Del traidor que a hierro mató y a hierro murió, mañana viernes harán 102 años… (Me leen mañana).

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