Aunque eran primos y otra versión dice que eran tío y sobrino porque tenían una generación de diferencia, no se sabe bien a bien si Hernán Cortés Pizarro conquistador de México y Francisco Pizarro González del Perú tenían algún parecido físico, lo que sería irrelevante de no ser porque la magna escultura de Cortés realizada por el estadounidense Charles Cary Rumsey que en los años 30 del pasado siglo ofreció donarla a México, y que al ser rechazada por el gobierno, su viuda la ofreció en 1935 a Perú para simbolizar a Pizarro.
Y esto viene a cuento porque esa monumental escultura que desde hace 90 años representa a Pizarro en Lima ha sido reubicada por cuarta vez el pasado sábado. Fue inaugurada en aquel año frente a la fachada de la catedral limeña donde se encuentran sus restos mortales en un gran habitáculo donde se le dan honores y reconocimientos. De allí, se reubicó al costado izquierdo del palacio nacional en la Plaza Pizarro donde lucia espléndida.
En 2003 el entonces gobierno hispanicida la bajó de su pedestal, la sacó del centro degradándola como simple adorno a ras de piso en un jardín al lado de la muralla colonial. Finalmente, el actual gobierno en medio de posiciones opuestas la regresa al centro y de nuevo la sube a un pedestal, junto a la piedra ceremonial andina que igual, rinde homenaje a Taulichusco el último gobernante indígena del Valle de Lima hasta la llegada de Pizarro en 1535, donde juntos representan el honroso mestizaje.
Esa escultura rechazada por México es de tal calidad que mereció una réplica para ubicarla en la tierra de Pizarro. En los pueblos de Perú se pueden apreciar esculturas tanto de Pizarro como de Atahualpa el último emperador inca, algunas veces en el mismo espacio, lo que Cortés envidiaría en México, y es que éste, ha sido descalificado al grado que la única escultura de Cortés en México, colocada primero en un pedestal en el Casino de la Selva. Al desaparecer este hotel, fue colocada en pedestal dentro del Centro Comercial que quedó en su lugar. Luego fue decorosamente reubicada a una glorieta al norte de la ciudad de Cuernavaca.
Unos años después fue retirada y arrumbada en un terreno, colocando en su lugar una del emperador Cuauhtémoc -que bien pudo llevarse a un mejor lugar- en una especie de revanchismo enfermizo. Vienen y van gobiernos estatales y federales sin decidirse a reubicarla ni siquiera a nivel de piso, como ornamento, donde le corresponde, en el Palacio de Cortés bajo la arcada frontal o al lado de las piedras labradas tlahuicas, donde juntos representen nuestro mestizaje cultural como lo hemos venido proponiendo no de ahora.
Este tema es una asignatura pendiente que los ideologizados divisionistas han convertido en un riesgo político que aterra a funcionarios federales que solo ponen pretextos que notoriamente son solo eso. No debemos olvidar que ya no somos ni indígenas ni hispanos, que descendemos no de los vencidos ni de los vencedores, sino de su mestizaje.
Podemos ser indigenistas, o podemos ser hispanistas, sin embargo, por encima debemos ser mexicanistas porque este sentimiento une, cicatriza, cauteriza; en cambio, el indigenismo y el hispanismo malentendidos dividen, descuartizan nuestra nacionalidad y la obligación de integrarnos en armonía.
Finalmente, esta estatua de Cortés es solo un mero simbolismo que representa parte de nuestra historia misma que han querido borrar gobiernos populistas. Bien versa la placa ubicada en la Plaza de las Tres Culturas en Ciudad de México, sitio donde se procuró la heroica defensa de México Tenochtitlan en la que se lee: “El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés.
No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”, y caray, así es como se debe entender, ¡necios! que acusáis sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis; parodiando a Sor Juana por el trato desigual entre iguales.
Eso es lo que los quitaestatuas no entienden, como cuando el anterior gobierno del estado ordenó que la gran escultura ecuestre de Emiliano Zapata que estaba en Buenavista fuera mandada a las orillas de la ciudad donde nadie la ve porque no hay transeúntes, tampoco los usuarios de vehículos que ida y vuelta pasan a gran velocidad por ese libramiento.
Escultura que debió y debe ser colocada en la “Glorieta de la Revolución” a la entrada de la ciudad por “Plan de Ayala” como lo publiqué en su momento, donde para acallar su traspié ese mismo gobierno colocó después el llamado “zapatita” una esculturita de pésima calidad que se pierde en ese espacio.
“Plan de Ayala” es el documento insigne del zapatismo y de la Revolución del Sur, y es también la hoy avenida por donde entró el Caudillo a tomar la ciudad, lugar donde podrá ser apreciada por decenas de miles de transeúntes y otro tanto por conductores y usuarios de transporte que por ahí transitan diariamente.
Y eso tiene similitud, cuando el gobierno retiró la estatua de Cristóbal Colón en Ciudad de México mandándola perdida a un lugar secundario.
Ahí está nuestra herencia hispana, el idioma, los adelantos del viejo mundo con influencias de oriente, las monumentales catedrales, iglesias, los conventos donde se culturizó a la población al modo europeo, los palacios, incluido el de Cortés y el llamado Chapitel del Calvario que es realmente el “túmulo funerario” erigido en honor del conquistador, donde en una antigua placa cerámica que fue retirada y de la que hay vestigio y pruebas, se leía “Plaza Hernán Cortes”, magnas obras heredadas del virreinato que hoy dan identidad y orgullo a la ciudad y a sus habitantes. Carlos Lavín, Investigador de Historia y Cronista de la Ciudad de Cuernavaca ¡Hasta la próxima!