La soledad masculina es uno de los problemas emocionales más grandes y menos hablados de nuestra época. A pesar de vivir en la era de la comunicación inmediata, los hombres siguen atrapados en un guion social que les exige ser fuertes, autosuficientes y emocionalmente imperturbables.
Expresar tristeza, miedo o vulnerabilidad sigue siendo percibido como una señal de debilidad o, peor aún, como una pérdida de atractivo social.
La realidad detrás de esta represión emocional es brutal: según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 703,000 personas se suicidan cada año en el mundo, y aproximadamente el 75% de ellas son hombres. Eso significa que un hombre se suicida cada minuto en algún lugar del mundo.
En México, de acuerdo con cifras del INEGI, en 2022 se registraron 8,123 suicidios, de los cuales 81% fueron cometidos por hombres.
Detrás de cada estadística hay historias de soledad, de dolor contenido, de emociones ignoradas. Historias que pocas veces salen a la luz porque seguimos enseñando que un hombre debe soportarlo todo... en silencio.
"Usualmente cuando me preguntan cómo estoy, la respuesta es: 'como la mierda'. Pero no puedo decirlo, porque siento que no tengo una buena razón. Así que sonrío y digo: 'estoy bien'."
— BoJack Horseman, "Free Churro"
Ser sensible sigue "restando puntos"
Desde muy jóvenes, a muchos hombres se les enseña —de forma explícita o implícita— que ser emocional los hace menos deseables.
El ideal de masculinidad dominante todavía premia la frialdad, la distancia emocional, la fuerza física, el éxito material, mientras castiga cualquier muestra de fragilidad o sensibilidad como signo de debilidad.
El resultado es que abrirse emocionalmente puede no solo poner en riesgo la imagen pública de un hombre, sino también su éxito romántico o profesional.
Aun hoy, en pleno siglo XXI, existe la idea de que un hombre que expresa tristeza, miedo o inseguridad "pierde atractivo" frente a los demás.
Lo confirmé de primera mano cuando una amiga me dijo, de manera cruda, que "los hombres sólo deben abrirse emocionalmente en terapia o con las chicas que no les gustan".
El mensaje era claro: mostrar vulnerabilidad te hace menos deseable.
Y esa percepción, aunque dolorosa, no es aislada: es parte de un patrón social que nos arrincona emocionalmente.
En mi caso, crecí bajo un matriarcado, rodeado por mi madre, mi tía y mi prima. En ese ambiente, hablar de emociones, llorar o mostrarse vulnerable nunca fue castigado; fue algo natural.
Quizá por eso, hoy me resulta tan evidente —y tan brutal— ver cómo muchos hombres fueron educados bajo reglas totalmente opuestas.
Sin redes, sin espacios: la crisis de la soledad masculina
La soledad masculina es un problema real y creciente.
Un estudio de 2021 realizado por la Universidad de Harvard reveló que el 61% de los hombres jóvenes en Estados Unidos reportan sentirse "seriamente solos", una cifra que ha aumentado tras la pandemia.
El comediante John Mulaney lo resumió con precisión en su monólogo de Saturday Night Live en 2020:
"Mi padre no tiene amigos, y tu padre no tiene amigos. Si crees que tu padre tiene amigos, te equivocas. Tu madre tiene amigas, y ellas tienen esposos. Ellos no son amigos de tu padre."
Más allá de la broma, la observación es dolorosamente cierta. Muchos hombres adultos tienen pocos —o ningún— amigo íntimo. Su vida social gira alrededor de sus parejas, y cuando esas relaciones se terminan, descubren que en realidad están solos.
Recuerdo que después de terminar una relación, me reuní con amigos para ver un partido y jugar videojuegos.
Aunque intentaba actuar normal, uno de ellos notó mi ánimo decaído. No dijo nada, no me hizo preguntas incómodas: simplemente destapó una cerveza, me la entregó y me dio unas palmadas en la espalda.
Un gesto pequeño, pero que en ese momento pesó como una tonelada.
Porque muchas veces, entre hombres, ese es el único lenguaje disponible para decir "te veo" y "aquí estoy".
Repensar la masculinidad: un imperativo urgente
La crisis de la salud mental masculina no puede seguir tratándose como un problema individual que se soluciona únicamente con fuerza de voluntad o terapia privada.
Necesitamos, como sociedad, redefinir lo que significa ser hombre.
Permitir que los hombres lloren, que tengan miedo, que pidan ayuda.
Entender que vulnerabilidad y fortaleza no son opuestos: son dos caras de la misma moneda humana.
Aceptar que ser hombre también es sentir.
Y que a veces, está bien no estar bien.