La muerte del Papa Francisco, anunciada este lunes 21 de abril, ha conmovido profundamente al mundo. A los 88 años, y tras varios días de incertidumbre por su estado de salud, el líder de la Iglesia Católica falleció a causa de una neumonía bilateral. Mientras los fieles lo despiden y la historia empieza a escribir su legado, emergen también relatos íntimos que revelan al hombre detrás de la sotana. Entre ellos, uno que sorprende por su ternura y profundidad: el primer amor imposible de Jorge Mario Bergoglio.

Mucho antes de convertirse en el primer Papa latinoamericano, antes de hablarle al mundo desde el balcón del Vaticano o de reformar con valentía las estructuras internas de la Iglesia, Bergoglio fue un niño de Buenos Aires con sueños, inquietudes... y un corazón adolescente que latía con fuerza por una vecina llamada Amalia.

Tenían apenas 12 años cuando nació ese afecto inocente, lleno de cartas secretas y promesas que, con el tiempo, adquirirían un peso inesperado. “Si no puedo casarme contigo, me haré sacerdote”, le dijo él con la determinación con la que un niño cree entender el amor. La respuesta fue un “no” y, con ella, el principio de otro camino: uno espiritual, transformador y lleno de renuncias.

Décadas más tarde, Amalia Damonte, la protagonista de ese capítulo oculto, recordó entre sonrisas y nostalgia aquel episodio. Contó cómo la desaprobación de sus padres, quienes llegaron a castigarla por intercambiar notas con Bergoglio, truncó lo que apenas comenzaba. “Por suerte para él, le dije que no”, comentó en tono ligero, aunque la anécdota lleva consigo el eco de una elección vital.

Es probable que la vocación de Francisco tuviera raíces más profundas que un desamor juvenil. Sin embargo, la historia no deja de ser reveladora: en ella se intuye el germen de un hombre capaz de amar con intensidad, pero también de convertir el dolor en propósito.

Y así fue. Bergoglio ingresó al seminario, entregó su vida al sacerdocio, y con el tiempo, a una Iglesia que necesitaba —y encontró— un líder profundamente humano, empático y sin miedo a la verdad. Su pontificado, iniciado en 2013 tras la renuncia de Benedicto XVI, se caracterizó por romper moldes: enfrentó escándalos internos con firmeza, promovió una Iglesia más austera, cercana y abierta, y fue incansable defensor de los pobres, del medio ambiente y de los derechos humanos.

Incluso en la muerte desafió el protocolo. Dejó estipulado que su funeral no debía ser una muestra de poder, sino un acto de sencillez, en línea con el mensaje que predicó durante toda su vida: vivir con humildad, mirar a los demás con compasión y recordar que la grandeza espiritual no se mide por coronas ni oropeles, sino por la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Hoy, al recordarlo, no solo se le despide como Pontífice, sino como un ser humano que también conoció la fragilidad del amor no correspondido y que, quizás sin saberlo, transformó esa herida en vocación. Porque hasta el corazón más universal, como el de Francisco, alguna vez fue el de un niño enamorado.

Cumple los criterios de The Trust Project

Saber más

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Sigue el canal de Diario De Morelos en WhatsApp