Uno de los dones más preciados que Dios, en su infinita sabiduría regaló a la humanidad es, sin duda, la amistad.

Conmigo la vida se ha mostrado generosa en ese sentido, regalándome a esos “hermanos del alma” quienes, de manera incondicional, me han arropado con su cobijo, consejos y generosidad.

En alguna ocasión y fruto de ello, fui invitado a presenciar un partido de futbol. No vaya usted a creer que se trataba de algo común. Era la Gran Final de la Champions League.

Corría el mes de mayo de 2014 y junto a mi esposa, emprendimos el viaje a Madrid, para luego salir con rumbo a Lisboa. En el estadio de La Luz, en la capital portuguesa, tendría verificativo el encuentro entre el Real Madrid y el Atlético, par de gigantes de la Liga Española.

Cuando era un chaval, fui con mi padre a Ciudad Universitaria a presenciar un juego de los llamados “Hexagonales”, que enfrentaban a tres cuadros nacionales contra otro tridente de equipos extranjeros. Al entrar, llamó poderosamente mi atención el colorido de una camiseta blanquirroja y le pregunté a mi progenitor cuál era ese equipo. “Es el Atlético de Madrid”, contestó el viejo e inmediatamente me confesé seguidor de los “Colchoneros”.

El colorido en el estadio, la ceremonia previa, el palco, todo conspiró para mi felicidad. Luego, cayó el gol del “Aleti” y al paso de los minutos, parecía que el milagro se consumaría.

El maldito diablo metió la cola y al minuto 93, en la única jugada en que el defensa uruguayo Diego Godín perdió la marca, apareció Sergio Ramos y como diría Emmanuel, todo se derrumbó dentro de mí.

En el tiempo extra, fuimos cruelmente masacrados y los merengues levantaron la décima “Orejona”.

A media semana se jugó, dentro del mejor torneo del mundo, una edición más del “Derby” madrileño. En esta ocasión en el maravilloso estadio Metropolitano, casa colchonera.

Los blancos traían ventaja, pero muy temprano fueron igualados y por espacio de dos horas, ambas escuadras se trenzaron en un duelo de toma y daca.

Se llegó a la serie de penales y ahí sucedió una situación que abrió la portezuela de la polémica y la sospecha.

Al cobrar su disparo, el jugador del Atlético, Julián Álvarez resbaló, anotando su diana.

El VAR llamó al juez central, el polaco Szymon Marciniak para revisar una posible infracción, consistente en que el balón había sido jugado dos veces por el tirador.

Al hacer la revisión en cancha, se confirma que así sucedió por la sencilla razón que a continuación le contaré: en esta competición, el balón con que se juega está dotado de un “Chip”, que permite saber al instante el momento en que es jugado.

El primer contacto es correcto, pero a continuación roza la punta del zapato izquierdo que se había quedado delante a causa del resbalón.

Luego entonces, no es un tema de opinión del juez, manipulación del VAR, ayuda descarada para los blancos o ganas de perjudicar a los locales.

Simplemente, la tecnología de punta al servicio del futbol…para conocedores.

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